lunes, 20 de diciembre de 2010

MENSAJE DE NAVIDAD

¿Qué hacer con esta Navidad y este Fin de Año 2010?

Anduve rebuscando entre mil posibilidades, una buena idea para saludar a mis amigos en estas fiestas y encontré millones, y no encontré ninguna.

Pensé en mi País – Argentina – y se me vinieron imágenes de gente sin vivienda que pretende ocupar terrenos públicos, y pedradas a los policías, y balas de goma, y división política irreconciliable, e inflación, y niños muriendo de desnutrición en un país donde los productores agropecuarios en señal de protesta por la suba de impuestos arrojan cientos de miles de litros de leche a la ruta, y sentí que la idea de la Navidad se me hundía entremedio de todo eso, y decidí salir de allí.

Amplié mi vista, ensanché mis horizontes, y miré el mundo. Así de grande y redondo como es. Y encontré que hay un tipo que quieren encarcelar porque se le ocurrió la magnífica idea de decir lo que no se podía decir, y que mostró lo más vil y sucio de la diplomacia y de la manipulación de los gobiernos y, por carácter transitivo, de la gente que compone los países de esos gobiernos. Encontré videos que muestran cómo se ametralla, desde un helicótero del ejército, un camión donde se ven claramente dos niños en la cabina, en nombre de la libertad de los pueblos.

Me bastó un poco más de tiempo en mi búsqueda mental para hallar tensiones políticas cada vez más difíciles de controlar en el lejano y en el medio oriente; inmigrantes perseguidos en Europa y también aquí, en los Estados Unidos; muertos a granel por carteles de traficantes; y un largo rosario de desastres naturales que hicieron que mi Navidad comenzase nuevamente a naufragar.

Sin embargo algo no me estaba cuadrando entre lo que veía y lo que sentía deben ser estas celebraciones.

No me pueden haber engañado tanto mis enseñanzas.

La representación de los pesebres, el mensaje bíblico dado a los pastores en un lejano Belén hacen más de dos mil años: “Les anuncio una gran alegría. Hoy les ha nacido un Salvador” no pueden ser tan sólo muñecos en un diorama y el canto de las sirenas.

Algo estaba mal.

Estaba equivocando mi búsqueda. Estaba buscando afuera lo que debía encontrar adentro.

Comencé a revolver en el viejo arcón de mis recuerdos, de mi corazón; donde quedaron guardados hechos únicos, lindos y feos, que envolvieron íntimamente la participación de uno o más terceros, donde la fe de mis orígenes acudió a sostenerme y a darle sentido a lo que parecía no tenerlo . . . y recordé incontables momentos donde aparecieron los rostros de mis hijos (también del que se fue), y de los hijos de esos hijos; se me agolparon sin permiso y sin orden de preeminencia ni cronología, mi viejo, mis tíos y primos, mi mamá, mi compadre del alma, mis abuelos, mi esposa y su hija – y que es también mía por derecho de adopción en mi corazón – mi hermano y su familia, los curas de mi parroquia, mis amigos de la política (aunque parezca mentira en ese mundo a veces se encuentran), mi familia nueva hecha en el destierro voluntario de los emigrantes, y construida sobre el andamiaje de los amigos que la vida arremolina a nuestro alrededor; desfilaron cada desafío que enfrenté y que alguien me ayudó a superar, cada cumpleaños, cada beso que di y que recibí con amor, y los brindis con los amigos, y las lágrimas que alguien enjugó de mi cara y aquellas que yo tuve que enjugar de otros rostros . . . y poco a poco, hasta con candidez si se quiere, el niño en el pesebre comenzó a tener nuevamente significancia trascendente.

¿Qué es un Salvador sino alguien que nos salva en todos los momentos?

Cuando las enfermedades graves golpearon en mi vida, y mi ruego se elevó al cielo porque es en el único lugar donde creí que podían tener respuesta, el niño del pesebre me sostuvo. No con la forma de un recién nacido, indefenso y con pañales, sino en el cuerpo de un amigo, de mi hermano, de mi viejo, o un compadre.

Ese Jesús de los pesebres renace una y otra vez en nuestra familia, en nuestros amigos, y también en nosotros cuando nos convertimos en instrumentos de su amor y su mensaje: “Ámense unos a otros como yo los he amado”

Si les ha pasado lo mismo que a mí cuando pensaron en la Navidad en el mundo de hoy, sigan mi consejo y busquen a Jesús dentro de sus corazones, y les aseguro que allí está, renaciendo a cada instante y, paradójicamente, esperando volver a renacer.

Gracias mil millones de veces por haber sido, cada uno de ustedes y en más de una ocasión, mi Jesús Salvador, mi Niño del Pesebre, mi aliento y mi sostén, y los responsables de que hoy siga creyendo, porque los sigo recordando.

Deseo para todos ustedes, mis amigos y mi familia, es decir MI FAMILIA, toda la Paz que sólo el Niño del Pesebre puede dar, y no deseo nada más, porque sólo con eso tendrán toda la felicidad, toda la dicha y toda la esperanza que sus vidas puedan contener y necesitar.

Feliz Navidad 2010 y próspero Año Nuevo 2011.

Dios los colme de bendiciones.

Daniel Lencinas.